Este “mandala” fue creado en el siglo XV fundamentado en las revelaciones de San Nicolás de Flue (1417-1487), canonizado poco después de la segunda guerra mundial y proclamado Santo Patrono de la Paz.
Las imágenes del mandala están ordenadas en función de las peticiones del “Padre Nuestro”. Su estructura es la de una rueda que simboliza el paso del tiempo y la historia del mundo y la humanidad. Dios, el Movedor Inamovible, es el centro de la rueda y al mismo tiempo participa de las diferentes escenas. A través de la acción de Dios, la historia del mundo se convierte en la de la salvación. Sin embargo, los humanos no son solo “objetos” de la salvación sino que toman parte activa en la salvación, como “sujetos”, con sus obras de misericordia.
Hace solo 70 años, después de las horrorosas experiencias de las Primera y Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas adoptaron y proclamaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, esperando con esta acción impedir que tales horrores volvieran a ocurrir jamás.
La misericordia y los derechos humanos son interdependientes. Sin el reconocimiento de los derechos de la humanidad, la misericordia puede ser humillante. Sin la misericordia, los derechos pueden ser insensibles, carentes de amor. Con todo, ambos están arraigados en la dignidad humana, que es incondicional e inalienable para todos y cada uno de los seres humanos. Cuando el respeto a los derechos humanos y las obras de misericordia van de la mano, entonces la historia se convierte en una de salvación.
Este folleto de reflexión mira más allá de las escenas originales del mandala, a las hermanas y a los hermanos de nuestro tiempo que trabajan conjuntamente con Franciscans International yuxtaponiendo la misericordia y los derechos en su misión franciscana.
Unámonos a ellos en oración para que “venga el reino de Dios, y se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo”.