Entre las devastadoras consecuencias del cambio climático, la atención suele centrarse en las cosas a las que podemos poner precio, como los daños en infraestructuras y propiedades o la destrucción de cosechas por un huracán. Sin embargo, los riesgos climáticos también amenazan con causar una amplia gama de impactos intangibles en todo el planeta. Por ejemplo, en los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo, la subida del nivel del mar pone a las comunidades en riesgo de perder no sólo sus tierras y medios de subsistencia, sino también su patrimonio cultural, su identidad e incluso su lengua.
En otras palabras, hay aspectos de la vida humana que no pueden considerarse bienes materiales cuantificables económicamente. Además, cualquier intento de poner un valor monetario a la pérdida de vidas o de salud humana plantea serias cuestiones éticas. Aunque la Alianza de los Pequeños Estados Insulares ha estado al frente del planteamiento de estas cuestiones desde la década de 1990, el concepto de pérdidas y daños no económicos (PND) no surgió hasta hace relativamente poco como una cuestión política dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP18) celebrada en Doha en 2012 mencionó formalmente las NELD por primera vez y se considera un hito en el reconocimiento de la necesidad de abordar esta realidad que, de otro modo, se pasaría por alto. Desde entonces, la NELD se ha incluido en el Mecanismo Internacional de Varsovia para pérdidas y daños y en el Acuerdo de París. Sin embargo, sigue faltando consenso sobre cómo definir y evaluar las NELD. Un enfoque global para abordar y compensar estos impactos del cambio climático está aún más lejos.
Para ayudar a avanzar en el debate, Franciscans International coorganizó un evento paralelo durante la 56ª Sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU para explorar las dimensiones éticas y de derechos humanos de la NELD. Este debate, que reunió al nuevo Relator Especial de la ONU sobre el cambio climático, a expertos en derechos humanos y a representantes de las organizaciones de base, formaba parte de los esfuerzos que está realizando la sociedad civil para que esta cuestión forme parte integrante de las deliberaciones de la ONU sobre el cambio climático.
Una distinción borrosa
Uno de los hilos conductores de todo el evento fue la complejidad de la cuestión. La distinción entre pérdidas y daños no económicos y económicos a veces puede ser borrosa y una puede extenderse a la otra. Por ejemplo, el daño a un ecosistema debido al cambio climático se consideraría una pérdida no económica, mientras que la pérdida de alimentos derivada de él sería económica. Como explicó Kira Vinke, de la Unidad Climática del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores: «Las pérdidas y daños no económicos son las causas profundas de otras pérdidas que pueden parecer más acuciantes. Sin embargo, si no somos capaces de abordar estas pérdidas y daños no económicos, no podremos resolver la crisis en cascada que emana de ellos.»
Estos retos ya están afectando a muchas de las comunidades con las que trabajamos en Franciscans International. Por ejemplo, las zonas rurales de Centroamérica se han visto afectadas por sequías prolongadas y fenómenos meteorológicos extremos. La consiguiente escasez de alimentos, combinada con otros factores económicos, sigue alimentando los desplazamientos. «Las pérdidas y daños no económicos pueden incluir varias dimensiones de la movilidad humana, a saber, el desplazamiento, la pérdida de territorio, la pérdida de patrimonio cultural o la pérdida de conocimientos locales», afirmó Ana Victoria López, que representó a la Red Franciscana para los Migrantes durante el Consejo de Derechos Humanos.
Salvando las distancias
A pesar de su relevancia y urgencia, el concepto de pérdidas y daños no económicos está aún lejos de ser plenamente operativo en las políticas para mitigar los daños causados por el cambio climático. Se supone que el Fondo para Pérdidas y Daños, creado en 2022 en consonancia con el Acuerdo de París, debe ayudar a compensar a los países en desarrollo por los impactos negativos del cambio climático. Sin embargo, ante la falta de financiación, el fondo cubre actualmente menos del uno por ciento de los costes anuales estimados. Aún no está claro si el fondo cubrirá efectivamente el NELD.
Sin embargo, como declaró durante el acto Rina Kuusipalo, representante de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, «la determinación del valor es ciertamente más difícil para aquellos intereses que no están sujetos a transacciones de mercado, como la pérdida de seres queridos […] pero el hecho de que sean difíciles de medir o estimar con estándares monetarios no los hace menos reales y no hay ninguna razón por la que la persona perjudicada no deba ser compensada».
La dignidad de la persona humana y la protección del medio ambiente ocupan un lugar central en el debate sobre el NELD. A través de esta lente, las pérdidas de las personas no se reducen a las económicas – se tienen en cuenta los impactos sociales y psicológicos, dibujando una imagen más amplia de lo que significa ser humano.
Próximos pasos
El evento también puso de relieve la importancia de las organizaciones religiosas a la hora de abordar el NELD, debido a sus profundos y a menudo antiguos vínculos con las comunidades afectadas. La proximidad es esencial tanto para comprender plenamente la deuda de sus pérdidas como para entender cómo la falta de financiación y de medidas de adaptación están repercutiendo en sus vidas. Elena Cedillo, representante del Foro Interreligioso de Ginebra que incluye a FI, también subrayó que estas organizaciones pueden proporcionar un sentimiento de pertenencia y de comunidad que resulta esencial en tiempos de crisis.
Una de las formas en que FI asumirá este papel es planteando el NELD en la próxima COP29 en Bakú, Azerbaiyán. Allí, así como a través de otros mecanismos de la ONU, seguiremos abogando por un enfoque de las pérdidas y daños económicos y no económicos basado en los derechos humanos, haciendo hincapié en la importancia de captar todos sus aspectos, incluidos aquellos que no son fácilmente cuantificables pero que son fundamentales para el bienestar, la resiliencia y la dignidad de las personas.
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